En los países de predominio cristiano, como es el nuestro, conmemoramos cada año la Semana Santa, para recordar la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Época tradicional de recogimiento, de fieles que asisten a las procesiones, de hombres y mujeres que asisten a los templos.
Cierto que los tiempos han cambiado y hoy muchos aprovechan el asueto a partir del mediodía del Jueves Santo para retirarse a las playas y montañas, a compartir con sus familias y a reposar del afán diario de la vida. Pero, si asista o no al culto, en esta Semana Mayor late en el corazón de nuestro pueblo un sentimiento de recordación y tristeza por aquellos trágicos sucesos que acaecieron hace ya más de dos mil años en Jerusalén.
Tiempo, por tanto, de reflexión ante el sacrificio que significó la muerte en cruz de Jesús, de una muerte ocasionada por su prédica y su lucha, siempre reclamando la justicia, en todo momento identificándose con los pobres y humildes de su pueblo, manifestando su solidaridad con los enfermos y los perseguidos, enseñándonos la necesidad del amor y del perdón.
En estos momentos de crisis mundial energética y alimentaria, hagamos un alto en esta Semana Santa para pensar en nuestro pueblo y preguntarnos qué podemos hacer, cada quien ante sus responsabilidades, para proporcionarle un futuro mejor, de justicia social, de inclusión, de equidad, de solidaridad.
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